Me estoy muriendo,
me muero en vida y sin entierro.
Me dejaron en la calle,
me ultrajaron como un perro,
asesinaron mi autoestima,
me pasaron por el sable
de la crisis asesina.
Me paseo por la calle,
me acurruco en esta esquina,
desaparezco del mundo,
de las vidas de los ayos
que deambulan por el barrio.
Los lunes, mercadillo,
los martes, sol y banco,
los miércoles bocadillo
bajo el árbol, una encina
solitaria y amarilla.
Los jueves, milagro
porque sobrellevar esta inquina
es más propio de una mula
o de un hombre adormecido,
o hasta las trancas de hayo.
Los viernes banco y sol
encina, polvorienta esquina,
algún juego de naipes,
con parientes de este rol,
o con abuelos sin flor.
El sábado y domingo,
salón y televisión,
reproches, muecas,
malos modos, resignación,
siesta y remordimiento en el sillón.
Vaya muerte que me espera,
sin entierro y sin perdón,
y, aunque vivo,
ya estoy muerto,
sin entierro y con traición.
Me muero, me estoy muriendo,
ya estoy muerto en esta vida,
que día a día se empina,
que jamás estuvo riendo
y que ahora ya, ni respira.
Me han matado sin cadáver,
enterráronme sin foso
amortajáronme sin ropa
abrieron mis ojos sin ver,
me dieron con onda, sopa.
En la oficina del INEM
paso media horaza al mes,
me pagan por no vivir,
unas veces me dan "tal vez",
y siempre me llevo el "no es".
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