lunes, 16 de marzo de 2009

El fuego y la renovación

El año pasado, un amigo que vive en Valencia, me invitó a pasar unos días en su casa. Aprovechando que eran días de Fallas, dimos vueltas y vueltas por las calles observando las maravillosas creaciones de papel y madera. Había Ninots para todos los gustos: políticos que se comen el dinero, brujas que son alcaldesas, dragones, casas, niños angelicales, …  Todo era extremadamente hermoso. El tiempo acompañaba. Los días de Marzo parecían de junio en la extrema meseta. Acudimos a la playa de la Malvarrosa dónde tomamos el sol y pudimos incluso chapuscarnos con el agua aún algo fría.

Era un fin de semana largo, lleno, sereno, ideal  para descansar el cuerpo y la mente. Mi amigo, complaciente en todo momento, se desvivía porque lo pasáramos bien. El día de la “Cremá” estuvimos viendo las efímeras estatuas una vez más. Yo que soy curioso por naturaleza, aproveché que estaban dándole unos últimos retoques a una de ellas para acercarme a los falleros y preguntarles cosas sobre el trabajo realizado, la financiación de las mismas y la pena (o no) de que todo acabe con el fuego. En un momento de descuido de los falleros, introduje mi adusto cuerpo por un hueco a fin de ver de cerca el interior de uno de esos grandiosos monumentos.

Empecé a ascender por una especie de escalera hasta llegar a la mitad del Nitot. Por allí la luz del sol penetraba por entre dos bultos que por fuera venían a ser dos cuerpos de niños. Saqué mi cabeza. De repente, me convertí en una figura de adulto de cartón piedra que emergía entre dos niños: uno con cara angelical y otro con cara de travieso. Allí quedó mi cuerpo que llegada la noche se calcinó con las llamas que todo lo destruyen y renuevan.

Ahora, sigo estando igual de adusto, sigo siendo el mismo, salvo que ya no me pagan los trajes. Ahora los trajes me los pago yo.

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