Apoyado en una esquina
de la barra del bar,
su perlésica mano
arrastra el vaso hacia la boca.
Su brillante piel, muy fina
curada por el viento y por cavar
tantas veces aquel huerto ufano,
y por regar cuando le toca.
Y, mientras bebe aquella inquina,
recuerda todavía aquel estar
en aquella lucha sin motivo y profana.
¡Y el recuerdo le sofoca!
Y su pelo, de un color divino,
¿cuántas veces vio pasar
aquella máquina insana
que asustaba a su yegua flaca y loca?.
Y sus manos abiertas y ásperas
de tirar tantas veces del arado
y el polvo metiéndose en sus ojos,
y sus botas de barro hasta el tobillo.
Ahora, le vienen al recuerdo aquella era,
y la primera vez de amor sin ser amado,
aquella chica y sus ojos,
el amor siendo aun un chiquillo.
Y el huerto del cura y sus peras,
y las tortas que le diera al lado,
y se ríe, y piensa “¡era cojo!”,
y decía: “Ya os cogeré pillos”.
Y aquellas noches de espera,
de estraperlo y de engaños
cuando iban a la sierra llenos de piojos,
a sacar un duro, ¡su arreglillo!.J. Ausín 1981.
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