viernes, 17 de abril de 2009

El Anciano


Apoyado en una esquina

de la barra del bar,

su perlésica mano

arrastra el vaso hacia la boca.


Su brillante piel, muy fina

curada por el viento y por cavar

tantas veces aquel huerto ufano,

y por regar cuando le toca.


Y, mientras bebe aquella inquina,

recuerda todavía aquel estar

en aquella lucha sin motivo y profana.

¡Y el recuerdo le sofoca!


Y su pelo, de un color divino,

¿cuántas veces vio pasar

aquella máquina insana

que asustaba a su yegua flaca y loca?.


Y sus manos abiertas y ásperas

de tirar tantas veces del arado

y el polvo metiéndose en sus ojos,

y sus botas de barro hasta el tobillo.


Ahora, le vienen al recuerdo aquella era,

y la primera vez de amor sin ser amado,

aquella chica y sus ojos,

el amor siendo aun un chiquillo.


Y el huerto del cura y sus peras,

y las tortas que le diera al lado,

y se ríe, y piensa “¡era cojo!”,

y decía: “Ya os cogeré pillos”.


Y aquellas noches de espera,

de estraperlo y de engaños

cuando iban a la sierra llenos de piojos,

a sacar un duro, ¡su arreglillo!.

J. Ausín 1981.

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