viernes, 23 de octubre de 2009

Camilo y su perro Guau.


rase una vez un niño muy travieso. Se llamaba Camilo. A Camilo, no le gustaba mucho el campo. El había vivido siempre en la ciudad y nunca había visto otra cosa con árboles que no fuera el parque de su casa. Camilo pensaba que la leche salía directamente del tetrabrik y los huevos del cartón.

En la ciudad y nunca había visto otra cosa con árboles que no fuera el parque de su casa. Camilo pensaba que la leche salía directamente del tetrabrik y los huevos del cartón.

En Casa de Camilo, no se reciclaban las basuras y todo lo depositaban en el mismo cubo. Cuando comía caramelos, los envoltorios iban directamente al suelo y si eran chuches como patatas o pipas, las bolsas las dejaba dónde se le habían acabado. A la hora de la ducha, Camilo abría el grifo antes de desnudarse y lo dejaba abierto hasta que acababa el baño.

Camilo tenía un perro al que quería mucho y con el que jugaba alegremente en cualquier sitio. Su perro se llamaba Guau. Era un perro grande con mucho pelo pero muy cariñoso. Se dejaba agarrar de la oreja y del rabo y Camilo se subía a borriquito cuando era más pequeño. Guau, acompañaba a Camilo a todos los sitios. Si Camilo montaba en su bici azul, Guau le seguía dando alegres ladridos. Si Camilo se ponía a jugar con la arena en el parque, allí estaba Guau para hacer otro agujero a su lado. Guau se cagaba en cualquier parte sin que Camilo o su familia se preocupasen de recoger sus deposiciones. Nunca la mamá de Camilo le dijo que debiera recoger los papeles del suelo, que no debiera tirarlos o que Guau no debía de estar haciendo hoyos en la misma arena que los niños.

En un día de un caluroso verano, Camilo cavaba alegremente un gran hoyo en la arena del parque. Su mamá charlaba distendidamente con otras mamás en un banco situado fuera de la delimitación del área del juego de los niños. Camilo y los demás niños, cavaban con una pala de plástico la ya dura arena y la sacaban del hoyo con las manos. Cuando ya llevaban sacado un gran montón de arena, Camilo se cortó con un aplastado bote de Coca Cola herrumbroso que alguien tiró al suelo en su día y que con el paso del tiempo se había oxidado. Camilo comenzó a llorar tensamente. Su madre salió corriendo hacia él. Al pasar por unas tablas que puenteaban la hierba con el arenoso parque infantil, la mamá de Camilo resbalo con la caca que Guau acababa de depositar en ese lugar. La mamá de Camilo chocó violentamente su mandíbula contra la valla del parque rompiéndose un diente. Se levantó como pudo porque Camilo seguía berreando y porque tenía la mano roja. Corrió lo que pudo en esas circunstancias y empezó a acariciar a Camilo para que se calmase. Subieron corriendo a casa para lavar la herida de Camilo y el diente de su madre, pero al abrir el grifo, recordaron que llevaban varios días con restricciones de agua y que del grifo no salía nada. Se lavaron como pudieron y llamaron al papá de Camilo para que les llevara al hospital ya que su mamá no podía conducir sangrando como estaba. Rápidamente llegó el Papá de Camilo y llevó a ambos al hospital. Cuando lavaron la herida de Camilo y tras darle un par de puntos de sutura, le llevaron junto a sus padres. A su mamá le dijeron que fuera al dentista cuanto antes.

De regreso a casa, Camilo estaba muy triste y pensativo. Su papá le preguntó que le pasaba y Camilo le contó que, si no hubieran tirado el bote al suelo, no se habría ido tapando con la arena y él no se habría cortado. Si hubieran educado a Guau a defecar en el sitio adecuado y recogieran las cacas de su perro, su mamá tendría un diente más. Y que si todos usaran el agua del grifo sólo durante la ducha cerrándolo al enjabonarse, seguramente no habría cortes de agua.

Los papás de Camilo, prometieron recoger las cacas del perro y usar el agua de una forma más racional.

Y colorín colorado, este cuento, que es sólo un cuento, ya te lo he contado.